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Andrea, Carolina, Javier, Álvaro y Antonio cuentan al mundo cómo se siente Altamira después de 12 años de oscuridad

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27 de febrero de 2014, la fecha esperada. Andrea, Carolina, Javier, Álvaro y Antonio, los afortunados. Ellos han sido los encargados de contar al mundo como se "siente" la Cueva de Altamira después de 12 años de oscuridad, en los que solo los científicos han podido acceder a la tantas veces llamada, merecidamente, la Capilla Sixtina del arte rupestre.

"Es emocionante", "te pone la piel de gallina", "notas el peso de la historia", "sorprenden los colores de las pinturas", "la visita se ha hecho corta". Eran algunas de las impresiones sobre esos 37 minutos dentro de la Cueva de Altamira que los cinco visitantes apuntaban al salir en la sala de prensa, donde los periodistas querían saber, sobre todo, sus sensaciones.

Y es que, si el poder ser los primeros en entrar en la cueva tras un sorteo fuera ya poco emocionante, a eso había que sumar toda la expectación mediática que ha rodeado el acontecimiento y que les convertía en auténticas estrellas y objetivo de los flashes. Con sus monos blancos, frente a un atril abarrotado de micrófonos y decenas de cámaras de televisión y periodistas, bien podrían pasar por los tripulantes de algún vuelo espacial recién aterrizado.

El vestíbulo del Museo Altamira era desde primera hora de la mañana un hervidero, sobre todo de medios de comunicación que no quitaban ojo a la urna de la que saldrían los cinco elegidos, y en la que algunos visitantes y muchos periodistas, habían depositado sus papeletas. Además de la rutina diaria del museo: visitantes, trabajadores y grupos escolares, sorprendidos por "tanta tele".

A falta de media hora para el momento del sorteo, las 11.15, unos cuarenta nombres en la urna, a los que en el último minuto se sumaban varios más. Muchos de los visitantes que habían acudido a ver hoy la Neocueva se enteraban allí mismo de la posibilidad de ver las pinturas originales y decidían probar suerte; otros habían acudido con la esperanza de tener suerte; y en el caso de los periodistas, era la oportunidad de contar el acontecimiento en primera persona.

Llegado el momento, la urna se traslada a un mostrador y la mano inocente de una guía del museo va sacando las cinco papeletas. El primer nombre, el de un periodista, Álvaro San Miguel, del Diario Montañés. Después, Andrea Vicente Manzano, que ha venido a primera hora con la esperanza de poder entrar, acompañada por su madre, que recuerda su visita hace años a la cueva y anima a su hija a probar esa suerte que finalmente tiene.

La siguiente papeleta, la de Javier Ors Pérez, periodista de La Razón que había venido a Altamira a hacer un reportaje del que no se esperaba ser parte. La cuarta plaza, para Carolina Pardo Sierra, una joven malagueña de visita en el Museo con su novio y que echaba la papeleta en el último momento, al enterarse del acontecimiento.

El último, Antonio Díaz-Regañón, catedrático de instituto jubilado, que vive en Mortera y que después de 35 años viviendo en Cantabria quería ver la Cueva de Altamira. "Sabía que me iba a tocar", aseguraba al oír su nombre.

A partir de ahí comenzaba la ceremonia de la reapertura, los elegidos posaban para las cámaras antes de visitar la Neocueva, como preámbulo antes del plato fuerte. A continuación recibían instrucciones para la visita, se despojaban de sus pertenencias y se enfundaban monos blancos desechables con capucha y patucos, para evitar que los gérmenes del exterior entren en la cueva. Por si fuera poco, después pasan los pies por el agua de una manguera, recorren el último tramo por una alfombra especial y ya en la puerta se colocan las mascarillas.

Esto último ante la expectación de los periodistas, apiñados en la abrupta entrada a la cueva intentando conseguir la imagen de esa puerta, cerrada desde hace doce años para el público, abriéndose de nuevo para compartir las maravillosas pinturas con los visitantes.

Qué sería de un acontecimiento tan trascendente sin su anécdota. Primero faltaba una mascarilla, lo que retrasó unos minutos, después, y aunque resulte sorprendente, faltaba la llave para abrir la verja que cubre la puerta. Así que el grupo de cinco visitantes y dos guías, María Luisa y Marta, seguía frente a cámaras y fotógrafos, que no se cansaban de pedir miradas, saludos y gestos. Al final, cerca de las 12.40 horas, se metían en la cueva y la puerta, tan simbólica, se cerraba a sus espaldas.

Los 37 minutos pasaron volando y de repente un sonido metálico alertó de la salida. Las caras sonrientes y un tanto cansadas con tanta emoción volvían a posar mientras se despojaban de mascarillas y capuchas. "Muy bien", "Corta", respondían a las preguntas a voz en grito de los periodistas sobre cómo había sido la visita. De ahí a la sala de prensa, donde ya con más calma daban más detalles.

Para Antonio Díaz-Regañón, el primero en tomar la palabra y "encantado" con la visita, estaba "impresionado con los colores que tienen las pinturas, parecen hechas anteayer".

Javier Ors, había visto la cueva original hace años, antes de que se cerrara, así que volver a verla "es una suerte impredecible". La visita, ha explicado, ha sido "tan corta como fue entonces, pero las pinturas siguen estando muy vivas y te dejan un recuerdo imborrable". Preguntado por el estado de las pinturas, ha señalado que tendría que ser técnico para valorar su conservación, pero "conservan bastante fuerza", sobre todo los emblemáticos "búfalos".

También ha destacado el periodista la "teatralidad" de la cueva, el cómo la luz va descubriendo las pinturas, y la "emoción del lugar" que es lo que marca la mayor diferencia con la Neocueva, "es igual, pero el juego de luces, el misterio y el saber que ese es el lugar original, le da una emoción que no se puede sustituir".

Para Carolina Pardo, una de las cosas que más le han llamado la atención es la "pasión que mueve esto entre los trabajadores", y aunque las pinturas de la Neocueva "son iguales" la emoción "es mucho más fuerte", por lo que entiende que se le llame la Capilla Sixtina del arte rupestre.
Andrea Vicente aseguraba que es "emocionante saber que estás viendo algo tan importante y tan único como la Cueva de Altamira, te pone la piel de gallina". Lo que más le ha impactado es "pensar cómo los artistas podían estar en esa sala, a oscuras, y hace tiempo consiguieron hacer esas pinturas".

Finalmente, Álvaro San Miguel ha dicho que tenía un doble sentimiento, por un lado "como cántabro es algo que no hay que morir sin visitar" y como periodista "tener la oportunidad de contarlo desde dentro, me supongo que sea una envidia para todos vosotros". A todo eso, hay que sumar que "al entrar ahí notas el peso de la historia, de la gente que ha pasado por la cueva".

También una de las guías que ha acompañado la visita y que desde hace 41 años trabaja en Altamira, María Luisa, ha sido preguntada por su sensación al volver a entrar y ha explicado que se le ha hecho muy corta y le hubiera encantado poder estar más tiempo y enseñar al grupo muchas más cosas, pero su compañera en la visita, Marta, cronómetro en mano ha vigilado que no se pasase del tiempo estipulado, ha bromeado.

A partir de ahora se repetirán las visitas semanalmente hasta agosto, salvo que los científicos digan lo contrario. Ellos también fijaran el día en que se realizará, valorando diferentes factores, e irán analizando el efecto de las visitas en el interior de la cueva.

De ahí, que el Museo haya optado por este sistema para elegir a los cinco afortunados que cada semana entrarán a Altamira, quieren que sea un "premio" añadido para los visitantes que se acercan a ver la Neocueva, porque todo esto, recuerdan forma parte de un experimento científico que deberá determinar si es posible una reapertura controlada o la verja de Altamira debe volver a cerrarse para el público.