Agustín era uno de los grandes. Pero de verdad. No de los que se dicen buenas palabras cuando ya no están y cuyo recuerdo perdura tan sólo entre sus familiares y allegados. Dejó huella. Muchos fueron los que aprendimos no pocas cosas de él. Un legado de lucha y pasión. De logros y fracasos. De risas y llantos. De amigos y compañeros que codo con codo y a brazo partido lo dieron todo. Lo dan todo.
Tribuna
Sí, no se quede a medias tintas. No se contente con pedir «lo que parece razonable»: que la dirección de Sniace desvele sus planes, que descubra a los posibles inversores y, por supuesto, que se autoflagele, declarándose única responsable de la situación de la empresa. No fuerce sólo la dimisión del actual Consejo de Administración, del que forma parte un compañero de su partido. No se conforme con quitar de en medio a Blas Mezquita. Se lo dice una de las personas más críticas con la gestión de este señor. No. Expropie. Hágase con la propiedad de la empresa y déjela en manos de sus trabajadores. Al fin y al cabo son los que han demostrado, en toda la historia de Sniace, que son capaces, con su trabajo, de mantener viva la empresa. Y, por supuesto, no caiga en la tentación de brindársela a cualquier amiguete para que haga el negocio del siglo.
En todo esto, algunos le apoyaríamos fervorosamente. No creo, sin embargo, que le pidan tanto los dirigentes de USO. Al menos, no les hemos oído hablar nunca en ese sentido.
Hace días puse sobre la mesa una propuesta o, más bien, una sugerencia, que ha recibido apoyos y también críticas, lo cual es natural en estos tiempos.
Asistimos a un debate general, que viene desde la explosión del 15M, y que, una vez ha tomado este movimiento forma política en Podemos, se concreta, ahora, según parece, en la necesidad o no, para la izquierda, de que converjan Podemos e IU, o de si el PSOE estaría dispuesto a pactar con Podemos, después de las elecciones, o si Podemos, en pleno proceso de autodefinición, debe seguir fielmente «su filosofía» o dejarse querer, aceptando proposiciones «deshonestas» que le puedan venir desde fuera. Como si no hubiera otras alternativas.
Paro, paro, paro: 7.499 demandantes inscritos en las oficinas del Servicio Público de Empleo de Torrelavega, de los cuales 63% son parados de larga duración (más de un año sin trabajo) y el 55,6% no recibe ninguna prestación.
En cuanto a los datos de contratación, no son nada halagüeños: 838 personas para firmar 985 contratos, de los cuales el 30,8% fueron a menores de 30 años y sólo el 4,8% para parados de larga duración, y únicamente 84 fueron contratos indefinidos a jornada completa, lo que significa un paupérrimo 8,5%.
Sin duda el desempleo es el principal problema en esta ciudad. Llevamos años siendo el punto negro de toda Cantabria. Tal es así que algunos ya bromean con el cambiar el nombre de la ciudad de Torrelavega a Torredelparo. Pero, ¿qué hacemos los ciudadanos?
Algunos emigran, otros se reciclan o emprenden, otros nos sacamos otra titulación, otros se rinden y la mayoría subsisten.
Y nuestros políticos, ¿qué hacen mientras tanto?
Hay quien está basando toda su estrategia sobre el hecho de que vivimos un momento de auténtica emergencia social. Que se nos ha abierto una puerta. Y que no podemos dejar pasar la oportunidad de atravesarla.
Nadie niega que el panorama político está revuelto y que los partidos tradicionales buscan, a toda costa, no perder comba. Y que los minoritarios de izquierda sólo hablan de unidad. Es cierto que se nos presenta la mejor ocasión, desde hace mucho tiempo, para quienes estamos empeñados en cambiar profundamente las cosas. Pero, de ahí, a que sea esta la única y última oportunidad para intentarlo, va mucho trecho. Y, más aún, si lo que pretendemos es ganar la guerra y no sólo alguna batalla.
No quiere esto decir que no podamos contemplar el panorama con ilusión, porque una oportunidad como la actual, la mayoría ni la ha vivido ni siquiera ha soñado con encontrársela. Pero la ilusión no basta para cambiar las cosas.
Una mayoría de gente repite que la política tradicional no sirve paras solucionar los problemas que tenemos, y reniega de que los partidos mayoritarios y los sindicatos oficiales se empeñen en que su situación de privilegio no cambie. Y no es que esos partidos y sindicatos sirvan o no, sino que es su forma de hacer política la que no sirve, fundamentalmente, por una cosa, y es que la gente no confía en ellos.
Contaminación en todas sus variantes por tierra –suelos y subsuelos–, aguas, mar y aire, mayor intensidad de inundaciones, sequías y temporales, subida del nivel del mar, deslizamientos de tierras, erosión, seísmos, soplaos o hundimientos, deforestación, cambio climático, degradación del paisaje, hacinamiento, saturación, extinción de especies, pérdida de biodiversidad, destrucción de hábitats, incendios forestales, agotamiento de los recursos, pobreza energética, refugiados ecológicos, sobrepoblación…., son fenómenos que han ido abriéndose paso en el lenguaje y las preocupaciones de la sociedad del último medio siglo que, lejos de interpretaciones tremendistas o acusaciones de catatrofismo y de su remisión a causas puramente naturales o accidentales e inevitables o fatalistas, han ido confirmando acertados análisis, cada vez más rigurosos y científicos, del carácter decisivo de la intervención del hombre en la generalización y frecuencia de las profundas alteraciones de sus relaciones con el medio ambiente, en la ruptura progresiva de los equilibrios bíofísicos y ecológicos fundamentales para garantizar la superviviencia de la propia especie –y de las que vienen acompañándola en su periplo vital–, y en la extensión de lo que, sin ningún género de dudas, podemos ya denominar como crisis ecológica planetaria.
Aparece. así, en el primer plano de las prioridades –por más que pretenda ocultarse su importancia y situarlas en el ámbito de unos movimientos ecologistas o de un pensamiento verde calificados, muchas veces, de opuestos al progreso y al bienestar de la población cuando no de lunáticos o fundamentalistas– el concepto y la aspiración a la seguridad ambiental, un objetivo que, a poco que se exprima su significado y trascendencia, es condición imprescindible para toda esa serie de seguridades que habían olvidado su soporte esencial: la seguridad alimentaria, la seguridad ciudadana, la seguridad laboral, la seguridad vial, la seguridad energética, la seguridad jurídica…, manifestaciones básicas para definir la calidad de vida y la justicia global para el conjunto de la sociedad.
Como todos los veranos una cortina de humo, en forma de falso debate político, trata de distraernos de lo que verdaderamente nos preocupa a la mayoría de la población. En esta ocasión, es el debate sobre la intención del PP de cambiar la Ley Electoral.
El debate es falso porque no se trata de hacer más democrático el actual sistema electoral, sino de una descarada lucha por el poder.
El PP porque sólo trata de blindarse para no perder el gobierno de algunos ayuntamientos importantes. El PSOE e IU porque esperan recuperarlo en algunos que perdieron, o porque aspiran a alcanzar otros nuevos, mediante pactos de gobierno, después de las votaciones. De ahí la ambigüedad real que manifiesta el PSOE que, bajo la apariencia de una rotunda oposición actual, sólo pretende aprovechar el previsible declive del PP, en unas próximas elecciones, para, después, sí, entrar en negociaciones. No olvidemos que ya el PSOE había planteado una reforma parecida , hace unos años, y que su principal argumento ahora es que «no es este el momento». ¿Lo será después?
A estas alturas del verano seguramente te hayas encontrado ya varios animales abandonados vagando por la carretera, tristes, con la mirada perdida y la cabeza agachada. Seguramente eran miembros de familias que les compraron de cachorritos por su raza y pedigrí y que cuando han crecido se han convertido en un estorbo para disfrutar de las vacaciones.
Esos seres carentes de corazón que son capaces de abandonar a su suerte a un ser que lo da todo por ti y que te admira y adora, deberían aparecer en los carteles de «se busca» en todas las calles de la ciudad, porque esos seres son delincuentes. No sólo rompen el corazón a su más fiel amigo sino que le condenan, en la mayoría de los casos, a una muerte segura.
Esta divertida anécdota de los míticos piteros de Reocín: Bosio y Martín, me sirve para argumentar lo que sentimos muchos torrelaveguenses ante las nuevas (¿) medidas del Gobierno Regional para mitigar la enorme crisis económica, social e industrial de Torrelavega y su comarca. Misma letra, misma música. Mismo proyecto con diferente nombre, pero en inglés que parece que suena diferente, mejor y moderno. Otra vez lo mismo pero anunciado con una solemnidad impropia.
Los asesores de imagen y publicidad del Gobierno Regional han apostado esta vez por el inglés -muy de moda en la capital- para presentar, otra vez más, un proyecto para la recuperación medio ambiental y socioeconómica (nada menos) de la comarca del Besaya, y van… Esta vez lo llaman:»Besaya Green Network 2020″, es decir, algo así como: «red verde del Besaya». Si ésta es toda la creatividad e imaginación de que son capaces, no me extraña que la comarca se hunda irremisiblemente.
Un viejo proyecto ya realizado varias veces desde el año 1986 y que ha conseguido escasos objetivos, al menos en Torrelavega. Muy poco efectivo, por cierto, ya que el rio Besaya se ha llevado gran parte de los trabajos realizados aguas abajo, y el resto ha sido devorado por la maleza y el ignorado mantenimiento.