En nuestra sociedad, la palabra adolescencia va asociada a conflictos. Muchos padres, cuando su hijo llega a esta etapa se encuentran con un niño que ya no lo es y no saben cómo actuar ante sus demostraciones de rebeldía, inconformismo, desobediencia, actitudes de salirse con la suya, engaños…

La adolescencia es un proceso más de aprendizaje y como educadores, nuestro papel no es evitar los riesgos que se puedan encontrar, sino facilitar las herramientas para afrontarlos.

En esta etapa de transición entre el «mundo infantil» y el «adulto joven» es necesario adaptar nuestra forma adulta de entender las cosas a la del adolescente. Si conocemos sus cambios le comprenderemos mejor, esto nos ayudará a modificar nuestra manera de educar y relacionarnos de forma más eficaz, mejorando la comunicación con él.

Es la familia, sin lugar a dudas, el primer agente socializador del niño, y es aquí, donde el niño va a aprender a convivir, por eso el establecimiento de unas normas y límites en el ámbito familiar va a suponer uno de los factores de protección más significativos para reducir la probabilidad de aparición de conductas de riesgo, tanto en la infancia como en la adolescencia.

Son muchas las dudas que les surgen a los padres a la hora de poner «Normas», y que a continuación vamos a intentar abordar:

¿Por qué es difícil poner normas?

Muchas veces nos resulta difícil poner normas por los siguientes motivos:

Nos asusta defraudar a los chicos.
No sabemos o no queremos decir «No».
Nos preocupa ser considerados como autoritarios.
No queremos que sufran lo que nosotros sufrimos.
Compensamos la falta de tiempo con una actitud indulgente.
Tenemos miedo al conflicto y a sus malas caras.
Nos da pereza corregir, reflexionar, imponernos.

¿Para qué son necesarias las normas?

Para el aprendizaje de hábitos y conductas adecuadas a su edad.
Para sentirse que es guiado en su crecimiento personal (si tengo normas y límites es porque se preocupan por mí).
Para ayudar a desarrollar la tolerancia a la frustración de nuestros hijos.
Para lograr una convivencia más organizada promoviendo el respeto hacia los demás y a uno mismo.
La adquisición de unas normas, van a contribuir a que nuestros hijos se puedan desenvolver en la Sociedad con total normalidad.

«La capacidad de reconocer nuestros propios sentimientos y los de los demás, de motivarnos y de manejar adecuadamente las relaciones». Daniel Goleman, Ed. Kairos (1996) Echando un vistazo hacia atrás en la historia educativa, percibimos que a menudo nos han…

Recientemente varios educadores de la Fundación Amigó hemos participado en el primer Congreso Internacional de Justicia Juvenil Restaurativa, celebrado en Ginebra (Suiza). Participamos alrededor de 950 personas de 94 países. Esta iniciativa internacional fue organizada por Terre des Homes en…

Con este título, ¡Salud, no te consumas! publicamos desde el SOAM un estudio sociológico con intención de prevenir e informar sobre los efectos del consumo del cannabis. En este artículo quiero acercarme a la reflexión de una sustancia que es la tercera más consumida en los jóvenes, después del alcohol y el tabaco, me refiero al cannabis y sus derivados, el hachís y la marihuana.

El día 6 de marzo leí un artículo publicado en un periódico regional titulado «La mitad de los jóvenes de 17 años se dan atracones de bebidas alcohólicas». Dicho artículo ofrecía datos estadísticos de una encuesta estatal sobre el uso de drogas, realizada a estudiante entre 14 y 18 años. El artículo apuntaba datos significativos, como que 6 de cada 10 estudiantes se han emborrachado alguna vez. Una atracción para los jóvenes es el «binge drinking» que consiste en beber al menos cinco copas o vasos en dos horas.

El botellón cosecha un 57% de partidarios, etc. Con estos datos quiero incidir en el título de este artículo «¡Salud! Aprende a beber» y ofrecer un mensaje preventivo, siendo conscientes que el alcohol puede introducirnos en problemas serios sino sabemos beber. Saber beber es aprender a disfrutar de pequeñas cantidades; cuando la cantidad es excesiva nos introducimos en un círculo peligroso, vicioso y dependiente; este es el riesgo que corremos con la bebida compulsiva, como el «binge drinking».

En anteriores artículos he reflexionado sobre normas, refuerzos, etc. En este artículo quiero introducirme en los castigos. Pero cuando hablamos de castigos nos cuestionamos, y hasta dudamos, si es bueno o no castigar, ya que cuando tenemos que castigar a quienes más queremos nos cuesta mucho, o hasta nos cuestionamos lo traumático que puede ser el castigo.

La palabra «castigo» tiene connotaciones negativas debido a los abusos cometidos, y quizás por eso lo relacionamos con la realización de conductas violentas, pegar, … pero cuando se quebrantan reglas importantes o una conducta es transgresora y queremos cambiarla tenemos que acudir a los castigos. El castigo sobre el que vamos a reflexionar está orientado a quitar o negar algo que le gusta al sujeto; retirar privilegios como consecuencia de esas conductas negativas.

Cuando reflexionamos sobre educación, nos damos cuenta de la dificultad de afrontar esta tarea imprescindible en la sociedad. Recientemente he leído un estudio publicado por la Fundación Santa María donde un 67% de los jóvenes dicen tener interés en ser educados en valores, y el 32% manifiesta un interés medio. Recuerdo una impactante reflexión de Steven Miles que dice, «Si los jóvenes son valorados como algo en la sociedad actual, ese valor reside en el papel como consumidores». Con esta expresión me viene a la cabeza las campañas publicitarias, el marketing, donde nos venden productos para consumir y los programas de televisión o revistas donde nos publicitan las infidelidades etc., y me pregunto ¿qué sociedad estamos creando?, los jóvenes nos están pidiendo educación en valores, ¿cuánta publicidad hacemos de los valores?.