«Que cosa tan extraña, maestro. I Have never seen anything like this before (nunca he visto nada como esto antes), señorito»
Acabábamos de entrar en Pont Neuf, que curiosamente es el puente más antiguo de Paris a pesar del nombre. Fue el primero en construirse en piedra y además el más largo, y conocido en la actualidad por una película de finales de siglo pasado que contaba la historia de amor entre dos vagabundos.
Ahí estábamos los dos, observando la escultura ecuestre (es también el único puente de Paris que tiene una), deleitándonos al fondo con la bruma que flotaba encima del Sena, en una de las ciudades más maravillosas que existen en el planeta, sino la más.
Era la primera vez que Agador cruzaba el charco para visitar Europa, y qué mejor manera que hacerlo visitando la ciudad de las luces, uno de los iconos de la historia de la humanidad. Resulta que me habían invitado a dar una serie de conferencias relacionadas con dos de las marchas militares de las tropas de napoleón, en el arco del triunfo y la puerta de Brandenburgo, y sus similitudes con las del Tercer Reich, y decidí que era el momento definitivo para que Aga conociera por primera vez la vieja Europa. La autentica cuna de la civilización, aquella que sacó al continente americano las plumas de las cabezas, o les instruyó en las más básicas normas de convivencia, cultura, religión.