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Las Escuelas del Oeste

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La fotografía del Boulevard en la anterior entrega, era fantástica, pero la de hoy, la de Las Escuelas Del Oeste, es inesperada de verdad. Porque este es el Colegio Cervantes cuando empezó a ser "Las Escuelas del Oeste".

No sé hasta cuando, pero los niños del 62 fuimos a Las Escuelas del Oeste. Luego, más tarde, fue el Colegio Cervantes. No tengo muchos recuerdos de la escuela, pero sí sé que antes los colegios públicos eran "escuelas" y los colegios privados, eran "colegios". Atención al matiz, tan de actualidad hoy en día.

Yo solo cursé párvulos (parvulitos) y primer curso de la egebé, que así se llamaba: Enseñanza General Básica. Antes de nuestra generación se llamaba primaria, y después... también! Una muestra más de lo que avanzan las leyes educativas. Resulta curioso que cuando intentas hacer memoria, todos los recuerdos se visten de actualidad para mostrarnos que como en otros ámbitos, avanzamos poco.

Recuerdo a la Directora, Doña Pilar. Era como la madre de todos, y aunque no la recuerdo bien, si me viene a la memoria que no me hubiera importado nada que fuera mi madre, y eso necesariamente debía ser porque nos trataba como a sus hijos. Don Francisco era un profesor genial, aunque era duro y muy exigente, pero era un gran "maestro" que ya empezaba a mostrar un asomo de nuevos conceptos pedagógicos. Puedo recordar a Doña Covadonga, y a D. Felicísimo (me chiva mi amigo Gutio, una enciclopedia viviente, que su mujer se llamaba Doña Guillermina), pero casi, casi, solo de oídas, y como un "Gran Ser Supremo" que circulaba por los pasillos condenando a los malos al juicio final. Ojos de un niño de seis años.

Sensorialmente, el olor. Aún voy a algún colegio y vuelve a mí ese olor de escuela. Una mezcla de plastilina, lejía, y colonia a granel. Es un olor entrañable, pero al menos a mí, me sigue causando una cierta sacudida porque el colegio nunca me gustó demasiado. Puedo recordar un día que me escapé de clase y marché a mi casa. Yo vivía entonces en Lasaga Larreta y solo era cuestión de quitarse el baby y correr "a derecho". Y también recuerdo como Doña Pilar, le decía a mi madre: "no le riñas, que son cosas de niños"... Entonces si tenías un problema en el colegio, valía más que el problema no llegara a casa, porque entonces tenías dos.

También recuerdo la maldita facilidad con que el balón volaba por encima de la tapia y caía en la serrería de Diego. Atención; problema! Había que saltar eludiendo en cualquier caso, dos obstáculos de dificultad indescriptible: al propio Señor Diego, y a su perro, que aunque ratonero, parecía un doberman nazi y voraz. Ojos de un niño de seis años.

Y toda la mañana, y la tarde pensando en la hora de salir. En el timbre. Y sobre todo, que no hiciera frío, para que mi madre no me pusiera el "verdugo", que era la prenda de vestir que más degradaba a los niños. Ir con verdugo era un castigo. Todo el mundo te miraba, todo el mundo se reía de ti; pero tu madre se empeñaba y te ponía el maldito verdugo.
Mejores eran las botas de Gorila, con su distintivo redondo y verde, en la suela de goma. Y sobre todo, con su pelota semi-maciza, que te regalaba Santos después de subirte en el tren de Santa Fé. Todo formaba parte de lo mismo, porque Doña Covadonga era la madre de Santos, y la abuela de mi amigo Salo.

Recuerdos de barrio, de calle, de colegio y de amigos.