Vie29032024

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De su profesión un arte...

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Nureyev

"Lo importante no es triunfar; es disfrutar"

Anoche oí esta frase en boca de Ferrán Adriá, y me quedé con ella. Me parece, simplemente perfecta, y a quien hoy dedico esta entrega supo hacer de su profesión un arte y un triunfo... disfrutando.

Don Ángel Quintanal, guardia municipal, que no "policía municipal" como se llaman ahora. En su época eran "guardias" por que su función era la de "guardar", con lo que eso conlleva. La casualidad quiso juntar un "Ángel" con un "Guardia", y es que el Señor Quintanal era un ángel de la guarda para los conductores que diariamente tenían que sufrir el cruce de Cuatrocaminos, también llamado de Quebrantada.

 

A Ángel le gustaba tener al día la cola. Él si que tenía claro que todos los ciudadanos somos iguales, y por ello peleaba sin parar para que ninguna de las cuatro direcciones que él gestionaba se sintiera discriminada por el "Guardia de Cuatrocaminos". En cuanto una acumulaba unos cuantos vehículos, giraba sobre sus propios talones y daba paso a golpe de guante blanco, y toque de enérgico de silbato. Y entre medio... una sonrisa. De ese gesto, podría dar cuenta el fabricante del silbato, el de los guantes, su dentista, y Julito el zapatero.

Ángel era la encarnación del amor por su trabajo, del orgullo de lo bien hecho, y de la satisfacción de conseguir que tu ciudad fuera conocida en toda España por algo tan sencillo. Por cierto, sin anchoas ni infinitismos (y perdón por el vocablo). Impoluto. Perfectamente vestido, con su casco (de los de antes), su camisa de galones (manga corta en verano), su corte de pelo exquisito (hoy vale todo para un agente de la autoridad), y sus guantes para tocar la elegancia y no para evitar el contacto con el ciudadano (como hoy en día). A esta fórmula, en estos tiempos que corren, le llaman EXCELENCIA. Pues Ángel Quintanal, era EXCELENCIA.

Pero no era él solo, porque en aquella generación convivía con otros dos guardias emblemáticos que eran Iribar, con su farias en la boca y su corazón en San Mamés, y Villegas "el de Cuatro Caños", con su sonrisa perpetua, su diente de oro (creo recordarle así, aunque no estoy seguro) y su "chiste del día". Su misión era otra vez la de guardar, vigilar, y preocuparse de que la vida cotidiana discurriera en armonía entre peatones y conductores, vehículos y zapatos, ciudadanos y trafico. Sin afán recaudador, sin imponer la autoridad pero velando por el orden, ayudando a sus vecinos, facilitando la convivencia. Un excelente modelo probablemente no útil en estos tiempos por la inutilidad de los ciudadanos, y porque ahora solo tenemos derechos; ninguna obligación.

También convivió con Mero "el barrendero" de quien alguna baldosa conserva su brillo, y pequeñeces su estampa. Personas que formaban parte de la cotidianidad de nuestra ciudad, del discurrir de los días, del deambular de las calles...

No es menos cierto, que creo que la ciudad ha sido y sigue siendo capaz de reconocer a estas personas, y de agradecer su ejercicio diario de "ángel de la guarda". Con el recuerdo, con los reconocimientos oficiales, con los gestos, con sus bustos, pero sobre todo con su nostalgia llena de cariño y reconocimiento. Cuando los servidores públicos eran servidores, y cuando los ciudadanos eran personajes del devenir de la ciudad.

Ángel encarnó muchas cosas, pero tengo que insistir en la excelencia y en el disfrute de lo bien hecho, lo bien gestionado, lo bien entendido, y en su silbato, sus guantes y su sonrisa brillando debajo de ese semáforo de un solo color que nadie sabe dónde fue a parar. Cuando ha llegado al cielo, solo ha necesitado decir: "...soy Nureyev, el guardia de Torrelavega..."
(In memoriam)