Vie29032024

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Pont Neuf

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Frederic-Larsan


"Que cosa tan extraña, maestro. I Have never seen anything like this before (nunca he visto nada como esto antes), señorito"

Acabábamos de entrar en Pont Neuf, que curiosamente es el puente más antiguo de Paris a pesar del nombre. Fue el primero en construirse en piedra y además el más largo, y conocido en la actualidad por una película de finales de siglo pasado que contaba la historia de amor entre dos vagabundos.

Ahí estábamos los dos, observando la escultura ecuestre (es también el único puente de Paris que tiene una), deleitándonos al fondo con la bruma que flotaba encima del Sena, en una de las ciudades más maravillosas que existen en el planeta, sino la más.

Era la primera vez que Agador cruzaba el charco para visitar Europa, y qué mejor manera que hacerlo visitando la ciudad de las luces, uno de los iconos de la historia de la humanidad. Resulta que me habían invitado a dar una serie de conferencias relacionadas con dos de las marchas militares de las tropas de napoleón, en el arco del triunfo y la puerta de Brandenburgo, y sus similitudes con las del Tercer Reich, y decidí que era el momento definitivo para que Aga conociera por primera vez la vieja Europa. La autentica cuna de la civilización, aquella que sacó al continente americano las plumas de las cabezas, o les instruyó en las más básicas normas de convivencia, cultura, religión.

Lo que llamaba la atención a Agador en el puente era la barandilla que limitaba el borde de los más de doscientos metros de Pont Neuf, y la cantidad incontable de candados que se encontraban colgando de ella. Eran tantos que no cabía uno más, y tan dispares en tamaños y colores que formaban un mosaico digno de una obra de Gustav Klimt, cuando se observaba desde lejos. Todos y cada uno de ellos tenían grabados las iniciales de los amantes que ahí lo habían depositado, así como la fecha en concreto del día que se cerró para siempre.

"Agador, es una manera diferente de expresar el amor eterno que una pareja se profesa. Los enamorados vienen aquí y cierran un candado con sus iniciales como señal de amor para siempre. Es una moda que surgió hace algunos años gracias a una leyenda en el Ponte Vecchio de Florencia, por el cual los enamorados debían sellar eternamente su pasión hasta el fin de la eternidad. Dime, ¿no te parece algo extremadamente bello?

"Pues no sé, señorito, qué decirle. ¿Y si la pareja rompe su relación? Habrán de volver aquí, encontrar su candado y abrirlo. Y no me parece tarea fácil. Además ambos deberán venir juntos, puesto que sólo hay una llave. En ese caso la llave la deberá tener el que quiera romper, ¿no? Porque en caso contrario, si el que la lleva no quiere que acabe todo entre ellos, entonces, nunca vendrá. Además han de venir juntos, porque si la pareja anda mal, el que tiene la llave puede decir que ha venido y luego no hacerlo".

Perplejo me deja una vez más mi querido pupilo con su particular raciocinio así que me compongo diciéndole que, a lo mejor cada uno tiene una llave.

"Pero no señorito, eso tampoco. Dos llaves supone que ninguno de los dos está absolutamente convencido de que su amor funcione, así que si es así no deberían cerrar el candado. Lo lógico sería tirar la llave al Sena, puesto que es para toda la vida".

Como me he guardado para el final lo más interesante, se lo suelto ahora, para ver cómo reacciona. "Aga, no te he contado todo. Las autoridades municipales tienen contratados empleados que se dedican todas la noches a cortarlos, ya que hay tantos que ponen en peligro la seguridad, y el patrimonio histórico. Es una pena, pero un candado que se coloque ahora, irremisiblemente será retirado esa noche. La gente lo sabe pero continúan colocándolos.

"Ay señorito, eso me parece mal. Está claro que, incluso en el amor, los que mandan continúan cercenando las libertades individuales de cada uno", dice, negando ostensiblemente con la cabeza.

¿Cercenando? ¿Libertades individuales?

¿De donde saca este muchacho esos términos? Lo cierto es que algo de razón no le falta.

Salimos del puente y pasamos cerca de los puestos de venta ambulantes para turistas. De repente Agador reparó que en uno de ellos se vendían candados a cinco euros. Se giró hacia mí escandalizado. "Señorito, esto es una infamia (¿infamia?). No se puede comerciar con los sentimientos. Esta gente se está aprovechando de algo tan loable (¿loable?)".

"Tal vez tengas razón", le digo algo divertido. Es sorprendente cómo una montaña de músculos sea capaz de tener, al mismo tiempo, tanta sensibilidad, pienso, mientras le observo su ancha espalda y su altura descomunal, que casi hasta me tapa la visión de Notre Dame, mientras nos dirigimos hacia allí.

@fredylarsan