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Opinión

¡ Dale a la zambomba y dale al almirez !

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NavidadVictor
Podría haberme acogido al maldito tópico de que no me gusta la Navidad y haberme "escaqueado" de escribir esta entrega. Pero... (ojo a la contundencia)... ¡ No me da la gana ! Y no me da la gana porque a mi, la Navidad, me encanta.

Reconozco que hay momentos en la vida en que la Navidad es maravillosa, y otros en que realmente es una temporada muy dura. Desde esta sección, y por primera vez, haré una dedicatoria muy especial para todos aquellos lectores que me siguen, y que lo estén pasando mal; no solo por la pérdida de personas queridas, sino también por los tiempos difíciles que algunas familias viven. En mis ansias de positividad, os pediría a los que las cosas os marchan bien, que os acordéis de quien cerca de vosotros pueda necesitar algo, y a los que estáis viviendo problemas, que os deis cuenta de la generosidad de los que os rodean y al menos disfrutéis de ella.

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¡ Me come los hígados !

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Higado
Esta entrega tendrá dos partes. La primera he optado por llamarla "¡Me come los higados!" y la siguiente se llamará "Hace a los niños gigantes".

Y os preguntaréis a qué viene esto, ¿verdad? Fácil de entender; yo os lo explico. Hoy hablaremos de qué comíamos; vamos... de qué es lo que había. En la próxima, hablaremos de qué es lo que no había...

He ilustrado la entrega, como siempre, con una fotografía: un filete de hígado con patatas. Este era quizá el caballo de batalla de la época. Sin embargo, a mí me gustaba, y me sigue gustando. El filete de hígado es la cruel prueba de como nos hemos esclavizado de los endocrinos, nutricionistas, y demás doctos cuidadores de organismos. Antes era un alimento rico que aportaba mucho hierro y era fundamental para nuestro crecimiento (vamos, como si en vez de rodillas tuviéramos bisagras, o como si fuera verdad que a alguno le faltaba un tornillo). Ahora es "puro colesterol"; vamos, que solo con mirarlo tu ateroesclerosis es galopante sin haber herrado el equino (con el hierro del hígado de los sesenta...)
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Había filetes pero de los que llamaban "de contra", que eran más baratos. Y por encima de todo había legumbres. De todos los tipos y tamaños. También había patatas: en salsa verde, con arroz, con chorizo, con carne "de aguja"... Entonces las había con puerros y un poco de bacalao, y no nos gustaba nada. Ahora, se llama "porrusalda" y es un manjar propio de los mejores txokos del ensanche bilbaíno. Las que se cocían con chorizo, ahora se llaman "patatas a la riojana" y son la gran delicia gastronómica de la más atractiva Rioja. Cambian los tiempos, y los paladares.

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De su profesión un arte...

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Nureyev"Lo importante no es triunfar; es disfrutar"

Anoche oí esta frase en boca de Ferrán Adriá, y me quedé con ella. Me parece, simplemente perfecta, y a quien hoy dedico esta entrega supo hacer de su profesión un arte y un triunfo... disfrutando.

Don Ángel Quintanal, guardia municipal, que no "policía municipal" como se llaman ahora. En su época eran "guardias" por que su función era la de "guardar", con lo que eso conlleva. La casualidad quiso juntar un "Ángel" con un "Guardia", y es que el Señor Quintanal era un ángel de la guarda para los conductores que diariamente tenían que sufrir el cruce de Cuatrocaminos, también llamado de Quebrantada.

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Uno más

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600

Siempre pensamos que "ser uno más de la familia" era una frase de las que se llaman "hechas" y que era aplicable a todos aquellos que nos rodeaban en la vida cotidiana de nuestras familias, como una asistenta, el portero de casa, un primo aventajado, o nuestro perro. Pero hace años, había otro ser que aún perteneciendo al género inanimado, formaba parte de nuestra familia. Y ese era nuestro coche.

No me preguntéis por qué era así, y solo pensad en la tristeza que producía cambiar de coche y dejarlo allá donde se pactó su cambio de titularidad, ya fuera un desguace, un concesionario, o la casa de su próximo e indigno nuevo dueño. A sensu contrario, no os perdáis recordar el efecto que producía volver a verlo por la calle después de haber sido sustituido por un "último modelo". Casi, casi, era como el retorno del emigrante que faltó cuarenta y siete años de su pueblo. Curioso. Sin duda.

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La mía que no me la toquen...

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abascal
Daba igual no llevar dinero.

Cada familia, tenía su tienda. Su farmacia, su Confitería, su Panadería, incluso su Mercería. Curioso. Y es que la mejor, sin duda, era la de mi familia.

En la foto, el edificio que albergó y alberga la Farmacia de Mi Familia. La Farmacia de Abascal. Han pasado ya muchos años; al menos los que van desde la llegada de mi uso de razón hasta esta tarde, y aún es el día que si por motivos puramente logísticos tengo que hacer "mi pedido" (lo siento, con 50 años uno está ya caduco) de medicinas en otra farmacia, prefiero que no me vean; me parece que les estoy engañando y traicionando. Y es que lo que une a un torrelaveguense con su farmacia, con la de su familia, tiene mucho que ver con nexos universales y etéreos. Porque ellos sabían lo que te pasaba, lo que te venía bien, lo que te daba alergia. Eran la extensión perfecta de tu médico de cabecera. Ninguno de los dos sin el otro. Guardaban alguno de tus secretos íntimos, y solo con un gesto de tu cara, sabían lo que necesitabas, y que lo que querías era "eso" que no se debe pronunciar en alto...

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Desde la cuna

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SolvayPintura
Cuando un torrelaveguense quiere escribir con nostalgia de sus recuerdos, y ha sido hijo de un empleado de Solvay, necesariamente esos recuerdos deberán rendir homenaje a "La Fábrica".

"La Fábrica". Así se llamaba la empresa en casa de sus empleados, de sus productores, de sus directivos. Para todos, sin distinción, era "La Fábrica". Entonces, ésta cuidaba de todos. Mientras constituía la base de los ingresos de miles de familias en Torrelavega, Solvay albergaba un pequeño Hospital donde se pesaba a los bebés hijos de sus operarios. Después, solo había que crecer. Cuando ya eras niño y dejaste de ser bebé, podías ir a Las Colonias de Solvay. Después, podías jugar en el Club de Ajedrez de Solvay, esquiar en su Club de Montaña, o jugar al Tenis en sus frondosas instalaciones.
Al final, todos teníamos algo que ver con esas actividades que "La Fábrica" ofrecía a su personal y a sus familias.

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Los sonidos del silencio

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CuchiaTorreSon las cinco. He hecho la digestión, y me puedo bañar. Sucesión lógica de acontecimientos. Conductismo primitivo de Paulov.

La vida se compone de muchos recuerdos y muchas sensaciones, pero para las personas especialmente nostálgicas, los olores y los sonidos constituyen la principal fuente de evocación de recuerdos mucho más complejos que los puros sentidos en sí mismos.
Cuando cuarenta años después, crees oír la detonación de la cantera de Cuchía, te despojarías de inmediato de tu camiseta y "al agua !"... Aquel sonido es un ejemplo de pura evocación. Hoy vamos a hablar de los sonidos de nuestra infancia.

Quienes seguís estos humildes relatos, sabéis que mi barrio fue el de Cuatro Caminos (actualmente Quebrantada), dicho lo cual, y me entenderán quienes fueron vecinos míos, el primer sonido que recuerdas en tu vida no es sino el cambio de tercera a segunda que hacían los camiones a la altura del Garaje Nereo, para reducir su velocidad antes del cruce. Era la combinación perfecta entre el sonido intenso, la tierra temblando, y los cristales a punto de estallar. Y así cada vez que un camión se disponía a pararse en el cruce, lo cual entonces, sucedía no menos de mil veces diarias; probablemente ciento cincuenta por las noches.

Más tarde, a las ocho en punto, otra cita insalvable: la sirena de La General, que se repetía a las doce, a las dos y a las seis de la tarde, intercalándose con las campanas de la Virgen Grande, fieles a sus horas, sus cuartos, sus medias.

Es curioso como este tipo de sonidos llegan a formar parte tan estrechamente de nuestras vidas, que llega un momento en que no los oyes. Honrosamente a su peculiaridad, el de los camiones nunca llegó a formar parte de mi vida. Ni de mis sueños.

Otro sonido que recuerdo con especial nostalgia, era el de las gradas del Malecón cuando ibas a "la parte de atrás" a hacer pis, y había una jugada de peligro. No me pidáis que describa los sonidos, pero era un murmullo tan peculiar, que absolutamente diferenciaba si la jugada era de ataque o de peligro para la Gimnástica. En aquellos domingos, también evocaría las notas del himno del Club, y como no, alguno de los anuncios que se oían por aquella megafonía, recordando empresas tan propias como el Horno San José, Estrada Butano, o Automóviles Quintiliano y Pelayo.

Los silbatos de los guardias, y necesariamente volvemos a Cuatro Caminos, formaban parte de la vida cotidiana de la ciudad. Quiero recordar que en aquellos años, en las autoescuelas se enseñaba un código de frecuencias e intensidad de soplidos de aquellos silbatos, que representaba indicaciones sobre cómo los conductores debían comportarse en la circulación. Entonces el silbato del guardia era una alarma de respeto, probablemente más convincente que la porra que colgaba de su cinturón.

La época de la transición nos trajo, especialmente en campaña electoral, otro sinfín de sonidos peculiares, incluyendo los famosos "...el pueblo, unido...", "...habla pueblo, habla..." o "La Internacional". Cuarenta años después, la nostalgia se viene reproduciendo en los últimos tiempos, mostrándose cada vez menos extemporánea.

En su día hablamos también de las Ferias, y el "caos acústico" que mezclaba al hombre de la Tómbola de los Jamones, con la sirena de El Caspolino, y con el último éxito de Camilo Sesto. Ese caos, se iba haciendo patente y evolucionaba con la edad. Nosotros no nos dábamos cuenta y nos parecía maravilloso; a nuestros padres se les hacía cada vez más complicado pasar una tarde en las barracas, y para nuestros abuelos era ya prácticamente imposible soportarlo. Nos daban la paga, y hala... disfruta, nieto, disfruta...

No obstante todo lo anterior, no podría acabar este relato, sin recordar con fervor y emoción, la sensación que provocaba en todos el timbre del colegio cuando anunciaba con toda su intensidad, la hora del recreo, la de la salida de la mañana y la de la tarde. Y entre tanto timbre, el del viernes por la tarde, que daba paso al maravilloso fin de semana. Y la eterna pregunta: cómo es posible que siendo el mismo timbre, la misma intensidad y frecuencia, las llamadas para entrar a clase y para volver del recreo, fueran tan distintas...

Pero, ya queda poco, y enseguida, a las cinco, la sirena de Cuchía anunciará la voladura de la tarde, y nos podremos bañar...

Desde el gallinero

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Cine
Cinco duros...

Veinticinco pesetas era lo que costaba aquella entrada verde, mal cortada y mal impresa, con su número de fila y su número de butaca, y con su fecha puesta con un sello.

Pero encerraba una aventura en la que la pantalla, la oscuridad y las pipas, ayudadas por la linterna del acomodador, te iban a introducir durante hora y media en la mejor de las aventuras. Porque entonces las películas duraban una hora y media, y no como ahora, que duran dos y tres horas, y les sobra todo lo que no sea su hora y media; lo que mandan los cánones.

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La lata de los botones

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Colacao
Este Título no es sincero.

En cada casa, la lata de los botones no era en realidad tal, sino que era una lata de Colacao. En otras era la de la costura, o la de las fotos, incluso la de las medicinas. Pero lo que es cierto es que las latas de Colacao formaban parte del paisaje de nuestras casas.

Entonces, había ciertos productos que podían considerarse como incuestionables; y el Colacao era uno de ellos. Posteriormente, llegaron los paquetes de cacao que decían "puro", como el Cacao AMA, al que había que echarle azúcar y además se deshacía muy mal. Y es que el Colacao era perfecto. Creo que todos tenemos esa imagen en la que estábamos desayunando cada mañana, con esa sensación de estar destemplado de las jornadas escolares del invierno, enfrente del "tazón de sopas", y viendo los dibujos de la lata. La señora de la lata de la fotografía que adjunto, era la madre ideal; sin duda. Otras veces eran unos "negritos" que porteaban el cacao. Quizá hoy en día, la ilustración de aquella lata hubiera sido objeto de tertulia radiofónica por su componente poco tolerante, con ciertos toques racistas.

El "Pegamento Imedio" y el "Supergen", eran otros de esos productos incuestionables. La disquisición únicamente se planteaba entre qué es lo que necesitabas pegar, pero los productos era únicos. Se trataba de una situación monopolística pero involuntaria. Me explico: "... es que no había más..."

El material escolar, entonces conocido como "lo-que-ha-bía-que-lle-var-al-co-le", era otro ejemplo claro. Los bolígrafos eran BIC pero aún no eran como los de ahora. Eran Bic de caperucha y escribían de maravilla. Los lapiceros eran entonces "los lápices" y no tenían marca; simplemente los había duros y blandos. Las gomas no tenían discusión: tenían que ser de MILÁN, y la opción era solo la del color, aunque en cierto momento salieron al mercado unas muy grandes que no se compraban; las traían Los Reyes. Sin duda, el día que hablemos de los olores, volveremos a hablar de las gomas que llamábamos "de nata".

¿Y las pinturas? No le deis vuelta. Solo había las cajas de Alpino; ni ceras, ni rotuladores... solo pinturas. La discusión en este caso, era si la caja de 6, que era la que incluía el presupuesto familiar; la de 12, que era la que traían Los Reyes también; o la de 24, que era la del regalo de la Comunión donde iban metidas en una maravillosa caja de hojalata perfectamente ilustrada con su dibujo del paisaje alpino. A todas ellas les daba la vida el sacapuntas; el del presupuesto familiar de plástico, y el de Reyes metálico. En la Comunión, podía haber uno de esos de los que tenían un depósito de virutas.

Las medicinas también formaban parte del paisaje de cada casa. En la mía, el paquete de "optalidón" estaba siempre presente. Mi abuelo no empezaba el día si no se tomaba dos optalidones; otros necesitaba dos orujos, y creo que el proceso fisiológico no era muy distinto. No se conocía ni el Ibuprofeno, ni el Paracetamol. Solo el ácido acetil salicílico... coño! La Aspirina! Y era genial; valía para todo.

Los jarabes también tenían su apartado especial. Recuerdo el Rinomicine, que aunque no valía para todo, lo hacía para mucho porque lo que tenías era catarro, sin distinguir las vías altas o las bajas, porque entonces las vías no eran más que un sitio donde se iba a jugar.

El Rinomicine sabía a diablos, y quizá por eso evolucionó en Rinomicine Gragéas. Buscando la evolución también, llegó el Bisolvón, al que intentaron darle una imagen de néctar de cerezas, que no... que no funcionó, porque también sabía a diablos.

Pero todas las medicinas valían con tal de que no tuviera que venir Sellers... "El Practicante". Esperando en la cama a que sonara el timbre de la puerta, sumido en la peor de las angustias, oías como tus padres le saludaban e iban directamente a la cocina; a hervir las jeringuillas y las agujas. Eran tus últimos minutos de reposo. Pronto El Practicante, caminaría por el pasillo en busca de "tu culo" sin compasión alguna. Llegaba precedido del olor a alcohol, "de 96, de lo de las inyecciones"... qué horror!!!!

También recuerdo lo útil que resultaba la bombilla de la lámpara de la mesilla, para alargar los días de cama y evitar el cole; pero con cuidado, "que revienta"... Lo que nunca sabré es si el doctor Becerro y mi madre se lo creían, o realmente "colaba" la estrategia. Pero los años pasan, la vida sigue, y ni el doctor Becerro me lo puede confirmar, ni mi madre nunca me lo dijo. Solo recuerdo, que fue mi primer contacto con "la corrupción", entendida como tal...